Archive for the ‘Kobe’ Category

Saetas sintoí­stas

Friday, September 26th, 2008

Salí­ al encuentro de Ana, que habí­a vuelto de España un dí­a antes. “Nos vemos en Ikuta Jinja en cinco minutos, estaré por allí­ haciendo unas compras” me dijo cuando hablamos por teléfono y comentó algo acerca de una exhibición de artes marciales que estaba teniendo lugar en el santuario. Yo ya estaba pedaleando entonces y, aunque era un poco tarde y habí­a poquita luz, habí­a salido de casa con la cámara –“nunca se sabe lo que uno se va a encontrar por ahí­”, pensé–.

Con Ana ya siente uno ese inusitado privilegio que otorga la confraternidad, cuando el hecho de la ausencia temporal de un amigo no da pie al más mí­nimo distanciamiento en la amistad. Esto suele pasar en contadas ocasiones. Me refiero a ese tipo de reencuentros en los que alguien suelta algo como “parece como si nos hubiésemos visto ayer por última vez”, en referencia a un manifiesto alto grado de complicidad y camaraderí­a.

A las ocho de la tarde, en un dí­a normal, el santuario de Ikuta tiene sus puertas cerradas al público. Al verlo iluminado y con tal congregación de personas durante la noche me sentí­ empujado a entrar para echar un vistazo mientras escuchaba las vivencias de esa especial estancia de Ana en su tierra.

Miembros del club de “kyuudou” (弓道) preparándose para tirar.

Anteriormente habí­a presenciado algún que otro entrenamiento de “kyuudou” (el camino del arco) en las instalaciones de una high school en la que algunas veces hice de asistente nativo en las clases de idiomas. Desde el primer momento pensé que de todas las artes marciales es esta la que confiere mayor elegancia a quien la practica. Y no hace falta ser un aprendiz de tal disciplina para darse cuenta de que es un modo suficientemente eficaz para cultivar virtudes como la perseverancia y la paciencia.

El señor de la foto estuvo poniéndole narración al evento por medio de la megafoní­a del recinto. Al parecer el hombre tiene 82 años y no ha olvidado en lo más mí­nimo la manera de tensar el arco. De hecho fijaos en el modo en que mientras lanza una primera flecha sostiene una segunda con la misma mano que tira del enflechamiento de la cuerda. í‰l no necesita carcaj ni artilugios por el estilo.

Dos chicas extranjeras que figuraban entre el sector más fascinado del público asistente vieron gratificado su peculiar interés cuando uno de los “sensei” las invitó a participar en el evento. Por supuesto todo ello ocurrió bajo la extrema supervisión de los maestros, a pesar de lo cual hay que decir que una de las flechas salió peligrosamente del campo de tiro. La cara de los profesionales mostró algo de preocupación. Luego entendí­ que dicha inquietud radicaba más en el hecho de que la saeta podí­a haber sido dañada que en la posibilidad de que alguien saliera herido, pues en la zona donde fue a parar no habí­a nadie en ese momento. Imagino pues que estos instrumentos han de ser caros. Uno de los instructores, el mismo que recogió el arma lanzada, dijo: “no hay problema, pero, por favor, colocaos más al medio…” mientras reí­a. No obstante las chicas lo hicieron bastante bien. Yo, de seguro, no lo hubiera hecho mejor.

Aquí­ tenéis algunas fotos más de la exhibición:

La tensión sobre el arco se va ejerciendo a medida que los brazos van bajando su posición, manteniendo siempre la flecha paralela a tierra.

Una vez que la flecha desciende a la altura de la boca del arquero es momento de afinar la punterí­a para, tras liberar la cuerda con un ligero movimiento del brazo derecho, ejecutar el tiro.

You smiled at me and really eased the pain

Thursday, September 18th, 2008

La situación geográfica de Kobe y el apogeo de la actividad portuaria hicieron de esta ciudad una encrucijada de caminos que entre otras cosas favoreció la adopción de un estilo musical originario de los Estados Unidos: el jazz.
Uno, poco hecho a tales sutilezas melódicas (más por ignorancia que por otra cosa, reconozco), sentí­a una extraña mezcla de respeto y repudio por dicho estilo musical.
Realmente es fácil llegar a pensar que el jazz está reservado a individuos sumamente refinados y que por más que uno se empeñe no dejará de ser poco accesible. Craso error. Como si resultaran más alcanzables otros géneros tales como el flamenco, el folk, el blues o el bossa, sin ir más lejos.
Vivir en Kobe y alternar con sus habitantes me ha hecho cambiar de opinión. Ellos han aprendido a disfrutar del jazz, se han acercado a él sin sentir la más mí­nima aprehensión.

Uno de los músicos de jazz de bronce de Kitano Circus, en Kobe.

Frecuento un pequeño restaurante ubicado en el barrio chino que curiosamente sirve platos japoneses. A lo largo de los dos últimos años me he granjeado la simpatí­a por parte de sus dueños, un matrimonio que rondará los 60. Ambos disfrutan de su trabajo en el pequeño establecimiento de aire norteamericano (de la costa este, por supuesto) que se ha convertido en su segunda casa. Siempre que entro me reciben con sumo agrado. Creo que no puedo decir que haya restaurante en Japón donde coma mejor. A veces el sabor no lo es todo (aunque no quiera decir con esto que el tonkatsu de So-Hei no sea digno de aparecer en cualquier guí­a de viajes que se precie de veraz). La compañí­a se transforma allí­ en camaraderí­a. Los clientes conversan con uno como si le conocieran de toda la vida, desde el primer dí­a. Quizás sea el único sitio donde la primera pregunta dirigida a mi no suele ser “どちらの方ですか?” (“¿de dónde es usted?”) sino algo totalmente diferente, quizás relacionado con la noticia que aparece en ese momento en el pequeño televisor del local o sobre el resultado del partido de los Tigers el dí­a anterior.

El “sensei” disfruta enseñándome la música de los artistas que admira tanto como yo escuchándolos. A veces saca algunos CD y, tras oí­r algunas pistas, directamente me invita a llevármelos a casa para degustarlos con la tranquilidad de la que son meritorios.
Así­ conocí­ a George Benson. Por supuesto sabí­a de su existencia pero poco más. Recordaba que su nombre figuró en uno de los portentosos carteles de aquel festival, antesala de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, “Leyendas de la Guitarra”. En concreto aquel dí­a compartieron escenario George Benson, Larry Coryell, el bajista Stanley Clarke y Paco de Lucí­a, entre otros… casi nada. Eso fue en 1991, yo apenas tení­a 16 años por aquel entonces, poca edad y menos dinero. He podido disfrutar de ese concierto muchos años después, ya estando en Japón y gracias a las nuevas tecnologí­as.
El caso es que desde que escuché aquella versión del “Sunny” de Bobby Hebb saliendo de la Guild de George Benson quedé totalmente seducido. Por cierto, su autor compuso esa canción como resultado de la tremenda depresión que supuso para él la muerte, como resultado de una pelea con navajas, de su hermano mayor, Harold, el dí­a 23 de noviembre de 1963, justo un dí­a después del asesinato de John F. Kennedy. El tí­tulo de la canción sugiere precisamente optimismo ante la adversidad.

Fotografí­a de un jovencí­simo George Benson tomada por Francis Wolff.

El domingo pasé por una de las tiendas de discos de segunda mano de Sannomiya. Me encontré con un CD de George Benson en cuya cubierta se ve al músico cargando con su guitarra mientras cruza una calle de Nueva York. El tí­tulo es “The Other Side of Abbey Road”. Obviamente se trata de un álbum de versiones sobre algunos de los temas del disco de The Beatles, pero en tono de jazz.

En el mundo de la música hay un dicho referente a eso de hacer versiones: “hazlo mejor o diferente, de lo contrario no merecerá la pena el esfuerzo”. Estoy de acuerdo (salvando honrosas excepciones). De poco me sirve tener discos con “canciones de karaoke” sobre las que se escuchan voces de celebridades que, por muy afinadas que suenen, no vienen a aportar nada nuevo. Para ello siempre será mejor recurrir al original. Otra cosa es que haya grupos que versionen en directo. Especialmente hablo de bandas noveles que necesitan hacerlo principalmente por dos razones: una para atraer al respetable o darle tregua con temas conocidos que siempre lo animan, y otra para practicar y nutrirse de una rica base musical sin la que es poco probable desarrollar cualquier talento (una aseveración empí­rica que imagino que dada la ingente cantidad de ejemplos que podrí­amos sugerir darí­a poco pie a la controversia). Esto es verdaderamente importante y el hecho de que una sociedad creada para velar por los derechos del autor en España vaya por ahí­ cobrándoles el 10% a estos nuevos músicos por algo tan indispensable para ellos (y por extensión para la “industria” que dicen proteger estos señores) resulta paradójico.

El álbum fue grabado en cuatro sesiones: los dí­as 22 y 23 de octubre y 4 y 5 de noviembre de 1969, cuando ni tan siquiera habí­a transcurrido un mes de la aparición del disco de The Beatles.

Figuras de los Fab Fours en una tienda de ropa militar (¿?) de Motomachi.

Aunque cabe apuntar un ilustre precedente en esto de las versiones precoces de canciones de los Fab Four: en la apertura de la actuación que otro gran guitarrista ofreció en el Saville Theatre de Londres el 4 de junio de 1967, apenas tres dí­as después de que el álbum “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band” viese la luz, el tema que da nombre a dicho trabajo fue versioneado por “The Jimi Hendrix Experience” ante la mirada atónita de los asistentes, entre los que figuraban Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison y su amigo Eric Clapton.

Cartel de la famosa actuación de “The Jimi Hendrix Experience” en el Saville Theatre.

Impresionante el álbum en su totalidad. Pero si he de quedarme con una parte serí­a con la segunda pista de “The Other Side of Abbey Road”, que comienza con un “Because” tocado con una sesión de vientos cuyos oboe y euphonium llegan a erizarle a uno la piel. De repente el tema cesa y su funde con una versión de “Come Together” auténticamente funk, con unos riff de guitarra justos y limpios. George Benson en estado puro.

A tí­tulo de curiosidad, en la actualidad el guitarrista usa guitarras del fabricante japonés Ibanez, una marca con bastante renombre internacional cuyos instrumentos de la gama alta compiten de tú a tú con las grandes marcas del sector.

Enlace a la sección de guitarras Ibanez GB.

The Axis (he knows everything)

Wednesday, September 10th, 2008

Es lunes por la noche. Regreso a casa desde el restaurante donde acabo de despedirme de mi compañero de trabajo. Ha sido una cena en Ohsho: oishii, yasui, hayai (buena, barata y rápida). Mientras pedaleo voy dejando atrás las calles del centro, exentas a esas horas de la turba que las satura durante el dí­a. Es la hora a la que algunos grupos de jóvenes se acercan a la galerí­a cubierta de Sannomiya para bailar. Lo hacen al ritmo del hip-hop o de lo que ellos llaman R&B (hay quien se empeña en señalar como origen de esta música el auténtico rhythm and blues…), siempre frente a los escaparates de los múltiples comercios que pueblan el “arcade”. Otros practican con sus bicicletas de trial o sus monopatines. Realmente me parece un ambiente bastante sano el que tengo ante mi.

Aspecto que suele presentar el shotengai de Motomachi durante la madrugada.

Un poco más adelante llegan a mi oí­do las notas de un solo de blues, tocado con auténtico feeling. Al doblar la esquina me encuentro a los dos chicos responsables de esa improvisada sutileza. Uno se encarga del acompañamiento con una guitarra española mientras el solista toca una bonita guitarra eléctrica de cuerpo hueco cuya forma me recuerda a una Rickenbacker 360. Ambos instrumentos están conectados a un mismo amplificador y parece que sin pedales de efectos ni otros artificios de por medio. Aún así­ el sonido que sale del cono del ampli es limpí­simo. No veo que usen púas, tocan con los dedos, con mucha suavidad. Escucho un tema y me digo: “cuando acaben sigo mi camino”, pero no lo hago, porque son demasiado buenos para no seguir allí­. Tras un par de canciones uno de ellos se dirige a mi, me pregunta de dónde soy y, tras contestarle, entona en su guitarra las primeras notas de aquel genial álbum de Michel Camilo con Tomatito: Spain.

Uno de los numerosos grupos de música que actúan en las calles de Sannomiya y bajo el andén elevado del ferrocarril de la JR.

Aparte de mi no hay nadie más escuchando. Pero de repente pasa un tipo grandote con camiseta negra y bermudas a juego. Lleva el pelo corto pero con una larga y fina coleta. Se acerca circunspecto pero tras parar un momento prosigue su camino. Pasan unos minutos y el hombre vuelve con una bolsa de la que saca unas cervezas que ofrece a los músicos que, agradecidos, preguntan al nuevo oyente si desea hacer alguna petición.
í‰l contesta: “tocad lo que queráis, algo vuestro”, y de paso me pide disculpas por no tener una cerveza para mi. La educación del hombre no acaba de cuadrarme con su aspecto, pero es que en Japón las apariencias suelen ser bastante araneras.
Se decide a hablar y nos cuenta que acaba de llegar de Tokio, que está trabajando en Kobe. Se queja de lo pronto que sus hoy compañeros de trabajo han vuelto al hotel. “Esto es igual que Tokio”, afirma contrariado. Los dos jóvenes guitarristas comienzan a interesarse por el trabajo del visitante; empiezan a sonsacarle de un modo inocente y él suelta prenda: trabaja en la industria musical y esta semana está de head manager del backstage en un concierto que tiene lugar en la ciudad. Llegados a ese momento el interés de los dos chicos y también el mí­o crece. Pero él no quiere desvelar el nombre del grupo con el que acaba de estar tomando copas en un izakaya cercano al barrio chino. El tipo es duro pero finalmente acaba perdiendo el pulso: se trata de “B´z”.

Personal de seguridad organizando la entrada en el metro que lleva al concierto de B´z, en Kobe.

Los dos jóvenes músicos comienzan a tocar un tema de B´z: “Lady Navigation”. Por supuesto es una versión acústica, pero me suena mejor que el original que es mucho más visceral, por decirlo de algún modo. El currante de Tokio se muestra más impresionado por el amplio repertorio de los chicos que por la música en sí­, pues aunque es ejecutada con bastante maestrí­a él no es precisamente un fan de la banda que esta semana le paga. Al rato se levanta y pregunta dónde puede conseguir un paquete de cigarrillos pues en ciertos conbini no venden. Se aleja para volver tras unos minutos con más cervezas. En esta ocasión me invita a mi también. Como no encontró tabaco pide cortésmente uno al solista, que está fumando. Mientras tanto el otro chaval me ofrece su guitarra y me pide que toque algo español.
La situación serí­a un verdadero aprieto de ser más temprano, pero a estas horas no hay un alma en la calle, de modo que acepto. Trato de recordar las notas del “paseí­llo” de unas alegrí­as de Cádiz de Tomatito, pensando que si este me escuchase “me mataba a pellizcos”. Pero el rasgueo no sale tan mal como esperaba… De hecho sirve de preámbulo para lo que se convierte en una jam session, de aficionados, pero jam session al fin y al cabo.

Uno de los múltiples estudios de ensayo existentes en la ciudad. En este también podemos encontrar venta de instrumentos usados.

Tras un largo rato el amable tokiota se despide para ir a dormir un rato, pero llega un nuevo músico que dice conocerme… Ciertamente me suena este chico, de aspecto fácil de recordar: de pocas carnes, pelo súper largo y liso, bigote a lo George Harrison y con una camiseta de tirantas de los Memphis Grizzlies que dejan al descubierto un enorme tatuaje en su brazo izquierdo. Se presenta con el nombre de Yasunari pero me aclara que en realidad su origen es coreano y se llama Teson Lee; vive aquí­ habitualmente y adoptar un nombre japonés facilita mucho las cosas en un paí­s con bastante discriminación hacia estas personas (aún). Me conoce de vista porque solí­a trabajar en una de las floristerí­as de mi calle. Parece un tipo muy enrollado. Saca de la funda de su guitarra un folio y empieza a dibujar algo. Me lo entrega. Son dos caricaturas: una suya y la otra del chico de la guitarra eléctrica, Takenaka. No dibuja a Morioka, el que toca las cuerdas de nylon, porque antes ha comprobado que ya aprendí­ su nombre.

El dibujo hecho por Teson Lee. Lo cierto es que el parecido es grande.

Yasunari se une al grupo y suenan fragmentos de algunos temas de Hendrix, Led Zeppelin, Creedence Clearwater Revival, Beatles, etc. Tiene una voz interesante, kakkoii.
Charlamos de música y parece como si las dificultades de la lengua fueran superadas por los conocimientos musicales compartidos. Allí­ a las dos de la mañana estoy sentado en el suelo con tres desconocidos tocando la guitarra relajadamente, como si de verdad conociera a estas personas de toda la vida. Y me pregunto: “¿no es esto genial?”.

La velada es de lo más apacible. Morioka insiste en invitarme a tocar con él en un café dentro de dos semanas, “hay tiempo para ensayar”, dice. Saca del estuche de su guitarra un CD en cuya carátula está escrito “Moriokamorio”, me lo entrega y me pide que lo escuche para tratar de aprender sus canciones: “podemos tocarlas juntos”, señala. Lo tomo agradecido mientras pienso en todas las veces que he escuchado aquello de que los japoneses son gente poco sociable.

In memory of your visit

Thursday, August 28th, 2008

Haruki Murakami vivió una parte importante de su vida en Kobe y en su obra encontramos ese ví­nculo con la zona constantemente.
Recientemente leí­ “Kafka en la orilla”, donde existe un pasaje en el que dos de los personajes de más peso en la novela hacen una parada en Kobe cuando van de camino a Shikoku. Otro ejemplo más claro lo tenemos en el personaje principal de su obra “Norwegian Wood”, Toru Watanabe, que es un joven estudiante natural de Kobe. Dicho sea de paso, desconozco aún por qué demonios lo tradujeron por “Tokio Blues”, igual pensaron que los beatlemanos somos tan estúpidos que comprarí­amos la novela creyendo que se trata de un libro sobre los Fab Four.
Otra de sus obras más conocidas, “After the Quake”, reúne cinco relatos cuyo único ví­nculo común es el terremoto de Kobe. Y podrí­amos seguir citando ejemplos.

Realmente Murakami vivió en Ashiya, una localidad de la prefectura de Hyogo que queda a unos quince minutos en tren desde el centro de Kobe, un área distinguida dentro de la zona, popular por las exuberantes mansiones existentes en la parte norte (una de ellas es la famosí­sima Yamamura House, cuyo diseño arquitectónico pertenece al mismí­simo Frank Lloyd Wright).

Existe un libro de Haruki Murakami titulado “Henkyou, kinkyou” cuya traducción vendrí­a a ser algo como “Región remota, corta distancia”. Se trata de una especie de diario personal de viajes del propio escritor, no es un libro de ficción, se trata más bien de reflexiones personales motivadas por el entorno en cada momento. Hasta donde alcanzo a saber esta obra no ha sido traducida, por lo que si estáis interesados en ella tendréis que leerla en japonés. El penúltimo de sus quince capí­tulos se llama “Kobe made aruku” (“Caminando hasta Kobe”). Ni que decir tiene que el capí­tulo llamó mi atención especialmente cuando Yito me habló de este libro.

Leer la obra completa en japonés es algo que al menos de momento queda fuera de mi alcance. No obstante intentarlo con algunas páginas puede ser ya algo más factible.

Y el porqué de que Yito me hablase de esta obra os lo cuento a continuación. Hace unas semanas, concretamente un lunes –el último del mes de julio–, fui a parar a una pizzerí­a ubicada en el norte de Motomachi, donde está la avenida Yamanote. El lugar se llama Pizza House Pinocchio, y es ya un emblema dentro de la oferta gastronómica de la ciudad. Hací­a tiempo que querí­a probar el lugar y sin más entré. Mi reloj biológico ha cambiado poquito después de venirme a vivir a Japón y eso se traduce en que normalmente llego por los pelos al “lunch time”, esa franja horaria dentro de la cual el almuerzo es más económico. Hombre, bien visto esto tiene la ventaja de que suelo encontrarme los restaurantes con poquitos clientes.
El caso es que al recibir el pedido en mi mesa la pizza vení­a con un papelito triangular como veis en la siguiente imagen:

Y aquí­ lo veis ampliado:

Me pareció muy curiosa la idea. Realmente han numerado cada una de las pizzas que han pasado por el horno de Pinocchio desde su fundación en 1962. Y la mí­a era la número 1149345.

Como me pareció gracioso guardé el papel para mostrárselo a Yito. Enseguida ella se puso a buscar en sus libros y me enseñó una página del anteriormente citado “Henkyou, kinkyou”. Resulta que el famoso escritor decidió, tiempo atrás, caminar los 15 kilómetros que hay desde Nishinomiya hasta Kobe, tomándose su tiempo y escribiendo algunas notas para su diario personal. No caminó esa distancia en un solo dí­a, pues la intención era rastrear bien la zona para conocerla mejor, decisión que me parece alentadora y que quizás imite algún dí­a.
Una vez en Kobe Murakami se dirige a la misma pizzerí­a, donde tiene el placer de degustar la pizza número 958816. Y a raí­z del curioso papelito comienza a indagar para buscarle un significado al hecho en sí­, lo que le lleva a recordar un tiempo cuando siendo más joven compartí­a la mesa con su chica, recibí­an otros papelillos con otros números y hací­an que el tiempo transcurriese mientras conversando planeaban un futuro que nunca llegó a materializarse. A través de algo tan simple como la sucesión numérica el autor medita acerca de la fugacidad del tiempo y de la inexorable fuerza del destino.

En fin, en el lugar se come bien. Tenéis un link para visitar la página del restaurante aquí­. No puedo aseguraros que la comida tenga un efecto mágico sobre el intelecto de los comensales, pero agradable sí­ que será la experiencia 😉 .

どんな髪型にしますか? ¿Qué corte de pelo desea?

Thursday, August 14th, 2008

Un corte de pelo para hombre en Japón puede ser desde muy económico (cerca de las estaciones de ciudades medianamente grandes se pueden encontrar barberí­as que por 1000 yenes hacen un trabajito la mar de apañado) hasta prohibitivo (dependerá en gran medida de la zona donde se encuentre el establecimiento, de lo “fashion” que sea y del tipo de arreglo que solicitemos).
Para una mujer el corte suele rondar los 5000 yenes, un tinte unos 6500 y una permanente suele estar entre los 5500 y los 16000 yenes (por dar precios orientativos).

Salón Tam, en Osaka.

Cuando llevaba un año viviendo en Japón decidí­ probar uno de los numerosí­simos salones de belleza que hay en Kobe, un poco cansado de la ruleta rusa que suponí­a ir a una barberí­a del centro de la que nunca salí­ con las patillas cortadas a la misma altura (tampoco me podí­a quejar mucho de ello pues apenas pagaba 1500 yenes). Pero desde entonces no me he cortado el pelo en ningún otro lugar. De hecho fue para mi un inconveniente que mi simpática “designer” (así­ se hacen llamar los chavales que trabajan en estos sitios) dejara su puesto en enero de este año. Tuve que probar con algunos de sus compañeros hasta que di con uno que me deja el pelo más o menos como ella me lo solí­a arreglar.

K・C・PURRE, Osaka.

Imagino que a mucha gente le podrá parecer una pijerí­a que un chico vaya a un salón de belleza habiendo tantas peluquerí­as más modestitas, pero es uno de los placeres que tiene esto de vivir en Japón y mientras pueda pienso seguir dándome el gustazo, oiga.

Mashu Minamihorie, Osaka.

Y, ¿cómo es la cosa? Pues comento: primero uno reserva por teléfono para que nos den una cita a una hora concreta con nuestro estilista habitual; nos presentamos en el sitio y somos recibidos cordialmente por el personal del lugar, que nos ofrecerá su servicio de ropero para dejar mientras tanto cualquier bulto que llevemos en el momento; seremos conducidos a un sillón frente a un espejo donde esperaremos al estilista (mientras tanto nos traerán algo de lectura para que la espera se haga más liviana); cuando llega nos pregunta cómo queremos que quede nuestro cabello (esta persona tiene una ficha personal de nosotros con fotos del resultado de nuestra anterior visita); entonces otro miembro del staff viene y nos lleva a otra zona donde nos lavarán el pelo. Aquí­ yo creo que está la mejor parte pues tras el champú nos dan un masaje en el cuero cabelludo que vale cada uno de los yenes que pagaremos por todo el corte. Las personas que se encargan de lavarnos el pelo, que suelen ser chicas, son aprendices que aún no pueden cortar. Todos los “diseñadores” pasan por ello y me consta que algunos esperan hasta dos años para hacer su primer corte. He conocido a alguna que cansada de esperar lo dejó.

motion, Kyoto.

Una vez que acaba la fase del champú vamos a otro sillón en el que nos cortan el pelo. Es una buena ocasión para practicar algo de conversación –especialmente en mi peluquerí­a, donde nadie habla inglés–. A continuación vamos de vuelta al “champú” y de nuevo masajito.
Finalmente nuestro estilista nos arregla el pelo a nuestro gusto. Salimos de allí­ peinados y sin los molestos pelitos que se alojan en el cuello después de visitar al barbero.

La plus, Osaka.

Luego toca lo más difí­cil: pagar. Y mientras lo hacemos una chica nos hace algunas fotos con una pequeña cámara para la ficha de la que hablábamos antes.
Nos acompañan a la puerta y nos despiden con la misma cordialidad con la que nos recibieron.

Berami Hep Five, Osaka.

En lo anecdótico recuerdo que en una ocasión lloví­a un poco fuera y cuando salí­ de la peluquerí­a una de las chicas salió conmigo con una pequeña toalla en una mano y con un paraguas en la otra. El paraguas era para mí­, gentileza de la casa, y la toalla la usó para limpiar el sillí­n de mi bicicleta… Os aseguro que es verí­dico.

YAYOI~BRAINS EST-dew, Kyoto.

A propósito, una visita a este salón de belleza me sale por unos 5500 yenes, pero se da la circunstancia de que constantemente me enví­an unas postales por correo con descuentos de hasta el 20%. Que yo recuerde quizás una o dos veces pagué el 100%.

Las fotos del post de hoy la he extraí­do de una revista que lleva como tí­tulo カジカジ“ヘア” (“ Kaji Kaji Hair”). Son todas de la edición de verano 2008 para la zona de Kansai, pues querí­a mostraros al mismo tiempo cómo es la moda en cuanto a peinados en Japón. ¿Qué os parece?

Bueno, como propinilla os he preparado una animación flash con algunos de los “hair samples” de la revista:

Kobe Hanabi 2008

Wednesday, August 6th, 2008

Un año más la ciudad de Kobe vistió su cielo de luz y color. Fue el sábado pasado en el Kobe Hanabi Matsuri 2008. Ya he hablado anteriormente en dos ocasiones de esta costumbre en general y de cómo se celebra en Kobe en particular. De modo que está de más que vuelva a repetirme. Se trata de un espectáculo visual, de modo que así­ prefiero mostrároslo: con imágenes.

Los motivos del yukata de esta chica son precisamente fuegos artificiales.

“Haaai, cheese!!!”

Esos llamativos vasos amarillos contienen kakigoori.

El hanabi se disfruta en grupo…

…o en pareja.

Para esta ocasión el Nipponmaru (uno de ellos) estaba abierto al público.

Un modo elegante de admirar el espectáculo, ¿no?

Como elegantes son los andares de esta chica al bajar las escaleras.

Ella espera quizás a su chico, que probablemente estará haciendo cola en algún puesto de comida cercano.

Todos se apresuran, pues el espectáculo está a punto de comenzar y hay que asegurarse un buen sitio.

El estilo a la hora de llevar el yukata… es muy variado…

Como en años anteriores los fuegos artificiales preferí­ verlos desde la terraza con una cervecita:

Monomezurashii

Saturday, August 2nd, 2008

La foto no es nada buena (la tomé mientras caminaba y me da a mi que yo de paparazzi iba a pasar bastante hambre) pero el detalle que se ve en ella no deja de parecerme curioso. ¿Sabéis de qué detalle hablo? 😉

Chotto ippai…

Tuesday, July 15th, 2008

La noche comienza en Japón más o menos a la hora de mi café vespertino, allá por las seis de la tarde. Es el momento en el que comienzan a cerrar las oficinas, siempre que no toque hacer horas extras porque entonces la cosa va para largo. Para la mayor parte de la fuerza laboral nipona es también cuando empiezan a sonar las tripas. Y como si el reloj biológico del “salaryman” activase algún misterioso mecanismo la vida nocturna se abre paso en la urbe: comienzan a abrir los izakaya, las tachinomiya y un sinfí­n de restaurantes que, en grupo, ofrecen un abanico gastronómico tal que hacen de la ciudad algo equiparable a una auténtica exposición universal.
Demos un paseo por el centro para tener una muestra de ello.

No hay que dejarse engañar por el aspecto exterior de estos “garitos”, pues en Japón un negocio con la apariencia del que vemos arriba se supone que ha resistido el paso de los años, y eso nos dice que no faltan los clientes. He visto estrellarse a emprendedores que abrieron locales en los que cuidaron hasta el último detalle en cuanto a decoración, y me consta que no se olvidaron del marketing, pero cayeron. Este llamado “Daruma” es de yakitori. Su decadente imagen es sinónimo de comida sabrosa.

Y aquí­ abajo otra muestra de lo que os cuento la tenemos en este otro, llamado “Shouchan”, que sirve okonomiyaki.

Como español que es uno me cuesta hacerme a la idea de que no sólo a pie de calle hay movimiento. Pero por otra parte descubrir toda la oferta que esconden los edificios a partir de la segunda planta da cuanto menos pereza; a pesar de que cada sitio cuenta con su neón correspondiente en la fachada:

Y a continuación os dejo varias fotos de algunos de los izakaya y pequeños restaurantes de mi barrio:

Tenemos yakiniku…:

…kushikatsu…:

…sashimi…:

…teppanyaki…:

…alcohol…:

…y aquí­ de todo un poco:

¿Qué tal?, ¿apetece una copa? 😀

Nepenthes

Thursday, July 10th, 2008

Cuando mis obligaciones me lo permiten aprovecho mis ratillos libres del dí­a para vagar por la ciudad, unas veces en bici y otras como San Fernando: un ratito a pie y otro caminando. De paso satisfago uno de mis pequeños vicios: el de tomar café, aunque sea del convini.
Aunque suelo moverme dentro de una misma zona es raro el dí­a en que no veo algo nuevo. Por ejemplo el lunes me sorprendió muchí­simo el encontrarme lo que veis a continuación:

Nada menos que una “nepenthes”, una planta carní­vora de la familia de las nepenthaceae. He de reconocer que lo más cerca que habí­a estado de una planta de estas era cuando seguí­a aquellos documentales de La2 en las sobremesas, esas antesalas de la siesta.
El nombre no deja de ser atractivo: tiene su origen en el griego y viene a significar “sin dolor”, puesto que “nepenthes” era una droga de la antigíŒedad. Parece ser que esta palabra aparece con tal sentido en el cuarto libro de “La Odisea” de Homero por vez primera (“nepenthes pharmakon”, que Helena de Troya recibió de una reina egipcia). Se conoce que se le atribuí­a a dicho preparado el poder de disipar las penas por medio del olvido.
Viendo los pequeños insectos que quedan en el interior de estas vainas uno espera que la elección de la denominación de esta planta fuera lo más precisa posible.

Al parecer también se conocen como plantas jarro o plantas de copa de mono, según dicen porque en ocasiones algunos simios beben el agua de la lluvia desde sus vainas.
Su origen está en el sudeste asiático.

El ejemplar de las fotos forma parte de la decoración exterior de una tienda de ropa de Motomachi.

Shirokuro IX

Tuesday, July 8th, 2008

Estoy convencido de que tomar fotos en blanco y negro es infinitamente más difí­cil que hacerlo en color. En estos dí­as puse a prueba mi réflex. Me queda mucho que aprender de este maquinón…

La nueva tienda de Zara en Sannomiya.

Un joven fotógrafo con sus dos analógicas.

Uno de los dos guardianes que flanquean la entrada de Nankinmachi.

“La chica del millón de yenes”.

Estos dos nenes deben de ser auténticas reliquias para coleccionistas. Por el de la izquierda piden 60000 yenes y por el de la derecha 58000…

Los callejones de Motomachi en la madrugada.

Por la noche los maniquí­es muestran un aspecto cuanto menos misterioso.

El mini-scramble de Daimarumae, completamente vací­o. Imposible verlo así­ durante el dí­a.