Archive for September, 2008

Tierra fértil

Tuesday, September 30th, 2008

Mi colega Javi Ruiz está de exposición en Sevilla. Si os coge cerca no dudéis en ir a echar un vistazo. Con un poco de suerte hasta podréis coincidir con él allí­ y conocerle. Es un tipo interesante sin duda.
Javi vivió algún tiempo en Japón y quedó impresionado por el arte japonés, que a pocos suele dejar indiferentes. En su currí­culum figuran los nombres de dos galerí­as de exposiciones japonesas, una de ellas el Art Space Rashinban de Tokyo.
Este de abajo es el cartel de su exposición. Lo he enlazado a su página web donde encontraréis extensa información sobre el evento.

Esta otra imagen es un escaneado de la página del Diario de Sevilla del dí­a 27. El texto es de Martha Liriano y la foto de Victoria Hidalgo.

Una de las paredes de mi pisito goza del privilegio de estar adornada con una pintura de Javi con la que me obsequió durante la visita que le hice en su casa el pasado mes de enero. Javi, ya me dirás si se ha revalorizado por si me veo en aprietos económicos 😉 .

Saetas sintoí­stas

Friday, September 26th, 2008

Salí­ al encuentro de Ana, que habí­a vuelto de España un dí­a antes. “Nos vemos en Ikuta Jinja en cinco minutos, estaré por allí­ haciendo unas compras” me dijo cuando hablamos por teléfono y comentó algo acerca de una exhibición de artes marciales que estaba teniendo lugar en el santuario. Yo ya estaba pedaleando entonces y, aunque era un poco tarde y habí­a poquita luz, habí­a salido de casa con la cámara –“nunca se sabe lo que uno se va a encontrar por ahí­”, pensé–.

Con Ana ya siente uno ese inusitado privilegio que otorga la confraternidad, cuando el hecho de la ausencia temporal de un amigo no da pie al más mí­nimo distanciamiento en la amistad. Esto suele pasar en contadas ocasiones. Me refiero a ese tipo de reencuentros en los que alguien suelta algo como “parece como si nos hubiésemos visto ayer por última vez”, en referencia a un manifiesto alto grado de complicidad y camaraderí­a.

A las ocho de la tarde, en un dí­a normal, el santuario de Ikuta tiene sus puertas cerradas al público. Al verlo iluminado y con tal congregación de personas durante la noche me sentí­ empujado a entrar para echar un vistazo mientras escuchaba las vivencias de esa especial estancia de Ana en su tierra.

Miembros del club de “kyuudou” (弓道) preparándose para tirar.

Anteriormente habí­a presenciado algún que otro entrenamiento de “kyuudou” (el camino del arco) en las instalaciones de una high school en la que algunas veces hice de asistente nativo en las clases de idiomas. Desde el primer momento pensé que de todas las artes marciales es esta la que confiere mayor elegancia a quien la practica. Y no hace falta ser un aprendiz de tal disciplina para darse cuenta de que es un modo suficientemente eficaz para cultivar virtudes como la perseverancia y la paciencia.

El señor de la foto estuvo poniéndole narración al evento por medio de la megafoní­a del recinto. Al parecer el hombre tiene 82 años y no ha olvidado en lo más mí­nimo la manera de tensar el arco. De hecho fijaos en el modo en que mientras lanza una primera flecha sostiene una segunda con la misma mano que tira del enflechamiento de la cuerda. í‰l no necesita carcaj ni artilugios por el estilo.

Dos chicas extranjeras que figuraban entre el sector más fascinado del público asistente vieron gratificado su peculiar interés cuando uno de los “sensei” las invitó a participar en el evento. Por supuesto todo ello ocurrió bajo la extrema supervisión de los maestros, a pesar de lo cual hay que decir que una de las flechas salió peligrosamente del campo de tiro. La cara de los profesionales mostró algo de preocupación. Luego entendí­ que dicha inquietud radicaba más en el hecho de que la saeta podí­a haber sido dañada que en la posibilidad de que alguien saliera herido, pues en la zona donde fue a parar no habí­a nadie en ese momento. Imagino pues que estos instrumentos han de ser caros. Uno de los instructores, el mismo que recogió el arma lanzada, dijo: “no hay problema, pero, por favor, colocaos más al medio…” mientras reí­a. No obstante las chicas lo hicieron bastante bien. Yo, de seguro, no lo hubiera hecho mejor.

Aquí­ tenéis algunas fotos más de la exhibición:

La tensión sobre el arco se va ejerciendo a medida que los brazos van bajando su posición, manteniendo siempre la flecha paralela a tierra.

Una vez que la flecha desciende a la altura de la boca del arquero es momento de afinar la punterí­a para, tras liberar la cuerda con un ligero movimiento del brazo derecho, ejecutar el tiro.

You smiled at me and really eased the pain

Thursday, September 18th, 2008

La situación geográfica de Kobe y el apogeo de la actividad portuaria hicieron de esta ciudad una encrucijada de caminos que entre otras cosas favoreció la adopción de un estilo musical originario de los Estados Unidos: el jazz.
Uno, poco hecho a tales sutilezas melódicas (más por ignorancia que por otra cosa, reconozco), sentí­a una extraña mezcla de respeto y repudio por dicho estilo musical.
Realmente es fácil llegar a pensar que el jazz está reservado a individuos sumamente refinados y que por más que uno se empeñe no dejará de ser poco accesible. Craso error. Como si resultaran más alcanzables otros géneros tales como el flamenco, el folk, el blues o el bossa, sin ir más lejos.
Vivir en Kobe y alternar con sus habitantes me ha hecho cambiar de opinión. Ellos han aprendido a disfrutar del jazz, se han acercado a él sin sentir la más mí­nima aprehensión.

Uno de los músicos de jazz de bronce de Kitano Circus, en Kobe.

Frecuento un pequeño restaurante ubicado en el barrio chino que curiosamente sirve platos japoneses. A lo largo de los dos últimos años me he granjeado la simpatí­a por parte de sus dueños, un matrimonio que rondará los 60. Ambos disfrutan de su trabajo en el pequeño establecimiento de aire norteamericano (de la costa este, por supuesto) que se ha convertido en su segunda casa. Siempre que entro me reciben con sumo agrado. Creo que no puedo decir que haya restaurante en Japón donde coma mejor. A veces el sabor no lo es todo (aunque no quiera decir con esto que el tonkatsu de So-Hei no sea digno de aparecer en cualquier guí­a de viajes que se precie de veraz). La compañí­a se transforma allí­ en camaraderí­a. Los clientes conversan con uno como si le conocieran de toda la vida, desde el primer dí­a. Quizás sea el único sitio donde la primera pregunta dirigida a mi no suele ser “どちらの方ですか?” (“¿de dónde es usted?”) sino algo totalmente diferente, quizás relacionado con la noticia que aparece en ese momento en el pequeño televisor del local o sobre el resultado del partido de los Tigers el dí­a anterior.

El “sensei” disfruta enseñándome la música de los artistas que admira tanto como yo escuchándolos. A veces saca algunos CD y, tras oí­r algunas pistas, directamente me invita a llevármelos a casa para degustarlos con la tranquilidad de la que son meritorios.
Así­ conocí­ a George Benson. Por supuesto sabí­a de su existencia pero poco más. Recordaba que su nombre figuró en uno de los portentosos carteles de aquel festival, antesala de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, “Leyendas de la Guitarra”. En concreto aquel dí­a compartieron escenario George Benson, Larry Coryell, el bajista Stanley Clarke y Paco de Lucí­a, entre otros… casi nada. Eso fue en 1991, yo apenas tení­a 16 años por aquel entonces, poca edad y menos dinero. He podido disfrutar de ese concierto muchos años después, ya estando en Japón y gracias a las nuevas tecnologí­as.
El caso es que desde que escuché aquella versión del “Sunny” de Bobby Hebb saliendo de la Guild de George Benson quedé totalmente seducido. Por cierto, su autor compuso esa canción como resultado de la tremenda depresión que supuso para él la muerte, como resultado de una pelea con navajas, de su hermano mayor, Harold, el dí­a 23 de noviembre de 1963, justo un dí­a después del asesinato de John F. Kennedy. El tí­tulo de la canción sugiere precisamente optimismo ante la adversidad.

Fotografí­a de un jovencí­simo George Benson tomada por Francis Wolff.

El domingo pasé por una de las tiendas de discos de segunda mano de Sannomiya. Me encontré con un CD de George Benson en cuya cubierta se ve al músico cargando con su guitarra mientras cruza una calle de Nueva York. El tí­tulo es “The Other Side of Abbey Road”. Obviamente se trata de un álbum de versiones sobre algunos de los temas del disco de The Beatles, pero en tono de jazz.

En el mundo de la música hay un dicho referente a eso de hacer versiones: “hazlo mejor o diferente, de lo contrario no merecerá la pena el esfuerzo”. Estoy de acuerdo (salvando honrosas excepciones). De poco me sirve tener discos con “canciones de karaoke” sobre las que se escuchan voces de celebridades que, por muy afinadas que suenen, no vienen a aportar nada nuevo. Para ello siempre será mejor recurrir al original. Otra cosa es que haya grupos que versionen en directo. Especialmente hablo de bandas noveles que necesitan hacerlo principalmente por dos razones: una para atraer al respetable o darle tregua con temas conocidos que siempre lo animan, y otra para practicar y nutrirse de una rica base musical sin la que es poco probable desarrollar cualquier talento (una aseveración empí­rica que imagino que dada la ingente cantidad de ejemplos que podrí­amos sugerir darí­a poco pie a la controversia). Esto es verdaderamente importante y el hecho de que una sociedad creada para velar por los derechos del autor en España vaya por ahí­ cobrándoles el 10% a estos nuevos músicos por algo tan indispensable para ellos (y por extensión para la “industria” que dicen proteger estos señores) resulta paradójico.

El álbum fue grabado en cuatro sesiones: los dí­as 22 y 23 de octubre y 4 y 5 de noviembre de 1969, cuando ni tan siquiera habí­a transcurrido un mes de la aparición del disco de The Beatles.

Figuras de los Fab Fours en una tienda de ropa militar (¿?) de Motomachi.

Aunque cabe apuntar un ilustre precedente en esto de las versiones precoces de canciones de los Fab Four: en la apertura de la actuación que otro gran guitarrista ofreció en el Saville Theatre de Londres el 4 de junio de 1967, apenas tres dí­as después de que el álbum “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band” viese la luz, el tema que da nombre a dicho trabajo fue versioneado por “The Jimi Hendrix Experience” ante la mirada atónita de los asistentes, entre los que figuraban Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison y su amigo Eric Clapton.

Cartel de la famosa actuación de “The Jimi Hendrix Experience” en el Saville Theatre.

Impresionante el álbum en su totalidad. Pero si he de quedarme con una parte serí­a con la segunda pista de “The Other Side of Abbey Road”, que comienza con un “Because” tocado con una sesión de vientos cuyos oboe y euphonium llegan a erizarle a uno la piel. De repente el tema cesa y su funde con una versión de “Come Together” auténticamente funk, con unos riff de guitarra justos y limpios. George Benson en estado puro.

A tí­tulo de curiosidad, en la actualidad el guitarrista usa guitarras del fabricante japonés Ibanez, una marca con bastante renombre internacional cuyos instrumentos de la gama alta compiten de tú a tú con las grandes marcas del sector.

Enlace a la sección de guitarras Ibanez GB.

The Axis (he knows everything)

Wednesday, September 10th, 2008

Es lunes por la noche. Regreso a casa desde el restaurante donde acabo de despedirme de mi compañero de trabajo. Ha sido una cena en Ohsho: oishii, yasui, hayai (buena, barata y rápida). Mientras pedaleo voy dejando atrás las calles del centro, exentas a esas horas de la turba que las satura durante el dí­a. Es la hora a la que algunos grupos de jóvenes se acercan a la galerí­a cubierta de Sannomiya para bailar. Lo hacen al ritmo del hip-hop o de lo que ellos llaman R&B (hay quien se empeña en señalar como origen de esta música el auténtico rhythm and blues…), siempre frente a los escaparates de los múltiples comercios que pueblan el “arcade”. Otros practican con sus bicicletas de trial o sus monopatines. Realmente me parece un ambiente bastante sano el que tengo ante mi.

Aspecto que suele presentar el shotengai de Motomachi durante la madrugada.

Un poco más adelante llegan a mi oí­do las notas de un solo de blues, tocado con auténtico feeling. Al doblar la esquina me encuentro a los dos chicos responsables de esa improvisada sutileza. Uno se encarga del acompañamiento con una guitarra española mientras el solista toca una bonita guitarra eléctrica de cuerpo hueco cuya forma me recuerda a una Rickenbacker 360. Ambos instrumentos están conectados a un mismo amplificador y parece que sin pedales de efectos ni otros artificios de por medio. Aún así­ el sonido que sale del cono del ampli es limpí­simo. No veo que usen púas, tocan con los dedos, con mucha suavidad. Escucho un tema y me digo: “cuando acaben sigo mi camino”, pero no lo hago, porque son demasiado buenos para no seguir allí­. Tras un par de canciones uno de ellos se dirige a mi, me pregunta de dónde soy y, tras contestarle, entona en su guitarra las primeras notas de aquel genial álbum de Michel Camilo con Tomatito: Spain.

Uno de los numerosos grupos de música que actúan en las calles de Sannomiya y bajo el andén elevado del ferrocarril de la JR.

Aparte de mi no hay nadie más escuchando. Pero de repente pasa un tipo grandote con camiseta negra y bermudas a juego. Lleva el pelo corto pero con una larga y fina coleta. Se acerca circunspecto pero tras parar un momento prosigue su camino. Pasan unos minutos y el hombre vuelve con una bolsa de la que saca unas cervezas que ofrece a los músicos que, agradecidos, preguntan al nuevo oyente si desea hacer alguna petición.
í‰l contesta: “tocad lo que queráis, algo vuestro”, y de paso me pide disculpas por no tener una cerveza para mi. La educación del hombre no acaba de cuadrarme con su aspecto, pero es que en Japón las apariencias suelen ser bastante araneras.
Se decide a hablar y nos cuenta que acaba de llegar de Tokio, que está trabajando en Kobe. Se queja de lo pronto que sus hoy compañeros de trabajo han vuelto al hotel. “Esto es igual que Tokio”, afirma contrariado. Los dos jóvenes guitarristas comienzan a interesarse por el trabajo del visitante; empiezan a sonsacarle de un modo inocente y él suelta prenda: trabaja en la industria musical y esta semana está de head manager del backstage en un concierto que tiene lugar en la ciudad. Llegados a ese momento el interés de los dos chicos y también el mí­o crece. Pero él no quiere desvelar el nombre del grupo con el que acaba de estar tomando copas en un izakaya cercano al barrio chino. El tipo es duro pero finalmente acaba perdiendo el pulso: se trata de “B´z”.

Personal de seguridad organizando la entrada en el metro que lleva al concierto de B´z, en Kobe.

Los dos jóvenes músicos comienzan a tocar un tema de B´z: “Lady Navigation”. Por supuesto es una versión acústica, pero me suena mejor que el original que es mucho más visceral, por decirlo de algún modo. El currante de Tokio se muestra más impresionado por el amplio repertorio de los chicos que por la música en sí­, pues aunque es ejecutada con bastante maestrí­a él no es precisamente un fan de la banda que esta semana le paga. Al rato se levanta y pregunta dónde puede conseguir un paquete de cigarrillos pues en ciertos conbini no venden. Se aleja para volver tras unos minutos con más cervezas. En esta ocasión me invita a mi también. Como no encontró tabaco pide cortésmente uno al solista, que está fumando. Mientras tanto el otro chaval me ofrece su guitarra y me pide que toque algo español.
La situación serí­a un verdadero aprieto de ser más temprano, pero a estas horas no hay un alma en la calle, de modo que acepto. Trato de recordar las notas del “paseí­llo” de unas alegrí­as de Cádiz de Tomatito, pensando que si este me escuchase “me mataba a pellizcos”. Pero el rasgueo no sale tan mal como esperaba… De hecho sirve de preámbulo para lo que se convierte en una jam session, de aficionados, pero jam session al fin y al cabo.

Uno de los múltiples estudios de ensayo existentes en la ciudad. En este también podemos encontrar venta de instrumentos usados.

Tras un largo rato el amable tokiota se despide para ir a dormir un rato, pero llega un nuevo músico que dice conocerme… Ciertamente me suena este chico, de aspecto fácil de recordar: de pocas carnes, pelo súper largo y liso, bigote a lo George Harrison y con una camiseta de tirantas de los Memphis Grizzlies que dejan al descubierto un enorme tatuaje en su brazo izquierdo. Se presenta con el nombre de Yasunari pero me aclara que en realidad su origen es coreano y se llama Teson Lee; vive aquí­ habitualmente y adoptar un nombre japonés facilita mucho las cosas en un paí­s con bastante discriminación hacia estas personas (aún). Me conoce de vista porque solí­a trabajar en una de las floristerí­as de mi calle. Parece un tipo muy enrollado. Saca de la funda de su guitarra un folio y empieza a dibujar algo. Me lo entrega. Son dos caricaturas: una suya y la otra del chico de la guitarra eléctrica, Takenaka. No dibuja a Morioka, el que toca las cuerdas de nylon, porque antes ha comprobado que ya aprendí­ su nombre.

El dibujo hecho por Teson Lee. Lo cierto es que el parecido es grande.

Yasunari se une al grupo y suenan fragmentos de algunos temas de Hendrix, Led Zeppelin, Creedence Clearwater Revival, Beatles, etc. Tiene una voz interesante, kakkoii.
Charlamos de música y parece como si las dificultades de la lengua fueran superadas por los conocimientos musicales compartidos. Allí­ a las dos de la mañana estoy sentado en el suelo con tres desconocidos tocando la guitarra relajadamente, como si de verdad conociera a estas personas de toda la vida. Y me pregunto: “¿no es esto genial?”.

La velada es de lo más apacible. Morioka insiste en invitarme a tocar con él en un café dentro de dos semanas, “hay tiempo para ensayar”, dice. Saca del estuche de su guitarra un CD en cuya carátula está escrito “Moriokamorio”, me lo entrega y me pide que lo escuche para tratar de aprender sus canciones: “podemos tocarlas juntos”, señala. Lo tomo agradecido mientras pienso en todas las veces que he escuchado aquello de que los japoneses son gente poco sociable.