Maguro

Os quiero remitir hoy un artí­culo de Arturo Pérez-Reverte que me ha parecido interesante. Y es que en los últimos meses he leí­do por algún que otro blog comentarios de internautas que duermen muy tranquilos porque rechazan con firmeza el consumo de carne de cetáceo que ocurre a 10600 kilómetros de su casa, teniendo muy cerquita en proceso un exterminio similiar, el del atún rojo.
La ignorancia, ingrediente que mezclado con una dosis de vena ecologista de andar por casa resulta poco menos que absurda. Y no crean ustedes que el que escribe este blog esté reservándose el derecho de no sólo no liberar a Willy sino el de trocearlo y servir su cuerpo en un kaitenzushi, nada más lejos de mis intenciones. Precisamente tuve la ocasión, recién llegado a Japón, de provar la carne de ballena una noche en un restaurante de sashimi de Sannomiya. Mi anfitrión aquella noche me invitó a una degustación de pescado crudo que él mismo eligió, de modo que uno se limitó a ir correspondiendo vaciando aquellos platos tan exquisitamente presentados. Y he de decirles que uno puede perfectamente morirse sin haber probado el sabor de la ballena cruda, no se pierden nada.
Pero el atún rojo es otra historia, es el pata negra del sashimi y el que lo prueba, por lo general, repite. El que yo me he permitido hasta la fecha no creo que venga de España, lo sé porque sé cuánto pagué en cada ocasión, que fue bien poco, unos 650 yenes por un menú como el de la siguiente imagen:

Tampoco el que encontramos en supermercados con el precio rebajado es del que tratamos, de hecho su bajo precio atiende a su abundancia:

Hablamos pues del sashimi de maguro que cortan en buenos restaurantes y por el que no pagaremos menos de 700 yenes por una porción de sushi. Y os aseguro que ese plato es muchí­simo más frecuente y demandado que el de cetáceo.

Os dejo ya con el artí­culo de Don Arturo:

Sushis y sashimis

Les juro que a estas alturas ya me da igual. O casi me lo da, porque hace tiempo comprendí­ que es inútil. Que los malos siempre ganan la batalla, y que el único sistema para no despreciarte a ti mismo como cómplice consiste en escupirles exactamente entre ceja y ceja, y de ese modo estropearles, al menos, la plácida digestión de lo que se están jalando. Esta introducción -o proemio, que dirí­a don Antonio Gil, mi profesor de latí­n- viene a cuento del atún rojo, y el atún fucsia, y el chanquete, el salmonete o lo que ustedes quieran, y de los peces en general y de un mar en particular, el Mediterráneo en este caso. Y me da igual, les decí­a, o hago como que me lo da, que los pescadores, entre los que alguno no tiene dos dedos de frente o medio palmo de escrúpulos y le da lo mismo tener pan para hoy y hambre para mañana, estén logrando la extinción de cuanto vive bajo el agua, hasta el punto de que ir a una lonja para una subasta da ganas de llorar, cuando ves lo que sacan del agua: cuatro raspallones de mala muerte, un cefalópodo junior y un atuncí­llo despistado que pasaba por allí­.
Me da igual -o me pongo así­ de esta manera, como si me diera o diese-, que ahora los pescadores trabajen para esos campos de exterminio flotantes que se han montado en España los del atún rojo: las jaulas donde dicen que los crí­an, qué risa Basilisa, juas, juas, juas, como si no supiéramos algunos que ese atún no nace en cautividad ni aunque los padres estén borrachos, y que lo que se está haciendo en el Mediterráneo con ese bicho, además de una canallada ecológica, es un negocio que sólo beneficia a unos cuantos, y sobre todo a los japoneses que pagan una pasta, porque allí­ ese pescado es apreciado y carí­simo.
Podrí­a, si tuviera ganas -pero ya no tengo muchas-, detallar cómo se lo montan aquí­ mis primos; cómo detectan con avionetas los bancos de atún, los acosan, los cercan, los encierran en jaulas marinas, los engordan, los matan y se los remiten a los de las Nikon para sushis y sashimis. Podrí­a contar cómo, pese a que España es un paí­s que en teorí­a protege la especie en extinción del atún rojo -aquí­ no se expiden licencias, faltarí­a más, somos Unión Europea de elite y todo eso se hacen bonitas carambolas a cuatro bandas con licencias francesas y con morro nacional, un poquito de tela por aquí­ y un poquito de mandanga por allá, se habla eufemí­sticamente de viveros y de criaderos y de la zorra que los parió, y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, del que también podrí­amos charlar despacio otro dí­a, mira impávido al tendido, supongo -me da la risa floja al suponerlo- que por amor al arte; y la Dirección General de la Marina Mercante prefiere no meterse en problemas; y los ecologistas, a quienes tanto les gusta salir en las fotos para gilipolleces, andan en esta materia con el bolo colgando en vez de montar la de Dios es Cristo; y los pescadores, esos pobres pringados, en lugar de boicotear ciertas jaulas o bloquear un puerto, o incluso pegarle fuego al organismo oficial correspondiente, aceptan trabajar como sicarios por cuatro duros miserables para los que de verdad se lo llevan crudo y que luego se hacen fotos en plan empresa ejemplar con las más altas autoridades, consejeros, presidentes y ministros incluidos, todos compadres con sus corbatas verde y rosa fosforito, encantados de conocerse í­ntimamente unos a otros. Smuac. Podrí­amos entrar en documentados y deliciosos detalles sobre todo ese panorama, repito. Pero a estas alturas no sirve de nada, y ya he dicho antes que me da igual; que el mal está hecho y es irreversible, y que cuando tenga ocasión de tropezarme a algún responsable de toda esa bazofia, ya me encargaré personalmente de ciscarme en su puta madre, si puedo. Pero lo que ya no me da igual es izar las velas para olvidar precisamente que vivo en un triste lugar llamado España, con elevadí­simo número de sinvergíŒenzas por metro cuadrado, y cuando al fin me creo libre allá afuera, Génova y Mayor arriba y con quince nudos de viento a un descuartelar, rumbo a donde sea, toparme con uno de los doscientos mil laberintos de jaulas, redes y balizas que ahora hay fondeados de cualquier manera y multiplicándose por todas partes, a veces sin señalar en las cartas, mientras te preguntas quién es el imbécil -en el más honesto de los casos- que autoriza que los calen aquí­ y allá, con luces que a menudo están apagadas en noches de temporal, en medio de las rutas tradicionales, bloqueando el paso a los abrigos de toda la vida -la otra noche, por ejemplo, eché las muelas recalando en la trampa mortal en que han convertido La Azohí­a de Mazarrón , y olvidando que, además del derecho de unos pocos a enriquecerse con el exterminio, para otros también existe el derecho a la libre navegación, y a que no nos toquen los cojones. y eso sin contar la sensación de tristeza, la amargura que produce navegar entre esas jaulas siniestras que huelen a mares desolados, a dinero turbio y a muerte.

Arturo Pérez-Reverte

El Semanal

14 de abril de 2002

6 Responses to “Maguro”

  1. velice says:

    El mar es el futuro, si ahora lo destrozamos, ¿qué conseguimos?

    Los que se sienten bien diciendo, sin ser consecuentes con lo que dicen, no son más que hipócritas 😛

  2. Vito says:

    Aclaro una cosa: por el hecho de que el atún rojo del Atlántico esté siendo exterminado yo no voy a dejar de comer sushi de atún, otra cosa es que deje de consumir el que proviene del Atlántico, ojo, y el precio es un marcador bastante clarito.
    En cuanto a los cetáceos existe una moratoria que impide la pesca de algunas especies, pero no de todas, eso es otra, que escuchamos ballenas y metemos en ese grupo hasta al mismí­simo Nemo.

    Saludotes.

  3. ikari-luis says:

    Yo realmente tampoco dejare de comer sashimi o sushi de Atún Rojo (el meguro me parece esquisito), al igual que el Toro o Dai-toro, estos 3 son mis preferidos (yo voy a lo caro no? xD).

    Pero es que la ballena, me da mas “pena” diria yo, son unos grandes cetaceos, en gravisimo peligro de extincion (los atunes rojos no estan tan chungos en este aspecto) y que ademas no me atrae probarlo, porque entre lo que dice Vito y otra gente que lo ha probado, no tiene nada de escepcional.

    Y nada, que la gente es muy ignorante cuando quiere…

    Saludos Vito ^^

  4. Claudia says:

    Yo disfruto la comida y siempre busco variedad, pero no me quita el sueño el comer carne de ballena, u otro animal exotico, pero si no puedo evitar el pensar que hay especies en peligro de extincion solo porque algunas pequeñas partes de sus cuerpos son muy valoradas ej testí­culos, colmillos, etc. Al fin y al cabo el placer que se siente en comer solo dura lo que está en la boca, después es sólo un revoltijo dentro del estómago.

  5. Vito says:

    Vaya, pues va siendo más difí­cil eso de comer atún sin tener cargo de conciencia. Ayer mismo me llevé un buen rato leyendo etiquetas en japonés para tratar de conocer la proveniencia del pescado. Y no es tarea fácil, de modo que habrá que optar por otros tipos de sashimi, ya ven ustedes, donde dije digo ahora digo Diego.
    Para que no me quede duda alguna de que la cosa no es sólo en el Atlántico me han traí­do a Kobe una cumbre con los Cinco Organismos Regionales para la Pesca y a representantes de 60 paí­ses, que decidirán el futuro del atún.
    Aunque yo creo que está difí­cil que los japoneses olviden el maguro, eso sí­, seguro que la subida de precios será escandalosa.
    Japón, Taiwán, España y México fueron los paí­ses donde se registraron el mayor número de capturas de atún en 2004, cuando la cifra total superó los dos millones de toneladas.
    Otra gallina de los huevos de oro.

  6. velice says:

    A mí­ eso también me pasa. Yo soy de las que come atún rojo y ahora me acuerdo de lo que contaste.

    En fin, creo que lo seguiré comiendo. Al igual que como foie y no puedo evitarlo. Al menos ahora nos gastamos un poquito más para cerciorarnos de que están criados a la antigua (vamos, que no les ceban sino que les han cambiado la alimentación como se hací­a antes)

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